Me he retrasado en esta entrada de blog, aunque esto me permite tener una idea muy bien formada de este juego.
Color line está formado por unos cartones con franjas de colores y, en el medio, un agujero donde se deberá poner una bola del mismo color; también tiene un timbre (lo que hace que el éxito esté asegurado, al menos inicialmente) y un cilindro del que salen unas bolas pequeñas de colores, de una en una, por la parte de arriba. ¿El objetivo? Ser el primero en conseguir todas las bolas de colores para rellenar el cartón; cada bola se la queda el primero que le dé al timbre y tenga un hueco libre para ese color. La mecánica es muy muy sencilla e intuitiva. En teoría el cilindro del que se sacan las bolitas se va pasando de mano en mano en cada turno, aunque si hay mucha diferencia de edad o si jugamos con niños muy pequeños será mejor que lo haga el más mayor. También hay otra forma de juego, especificada en las instrucciones: conseguir el código de colores en orden, de izquierda a derecha. El problema que he visto al jugar así es que promueve un estilo reflexivo desde el inicio (puede parecer bueno, pero este estilo está marcado externamente) y, por tanto, entrena menos el control de la impulsividad (que es el objetivo principal para el que utilizo este juego); además, es más lento, lo que le quita la gracia al juego (hay momentos en que coinciden los colores que buscan varias personas, pero en otros, simplemente es cuestión de azar).
¿Y la magia dónde está? En que si se da al timbre ante una bola para la que no tenemos hueco no solo no la ganamos, sino que además perdemos una de nuestro tablero (yo además añado la norma de la penalización para cuando no sale ninguna bola o cuando salen dos juntas).
Este juego, junto con otras habilidades sociales y emocionales, pone en marcha y estimula, de manera más específica, las siguientes funciones cognitivas:
Atención sostenida: es imprescindible no perder la concentración, pues puede hacer que no ganemos una bola o, que si olvidamos por una distracción qué colores necesitamos, perdamos una bola. Por las características del juego (rápido, movido, con un timbre que es muy llamativo para los niños) es fácil mantener esta atención.
Velocidad de procesamiento, tanto a nivel cognitivo (saber si el color de la bola la necesitamos o no) como motor (darle al timbre), ya que hay que ser muy rápido o siempre habrá alguien que se te adelante.
Inhibición: al principio se establece un patrón de darle siempre al timbre, ya que es fácil que si le damos ganemos las bolas de diferentes colores y haya pocas equivocaciones; pero a medida que completamos nuestro código de colores, tendremos que ser capaces de inhibir la conducta de darle al timbre con cada bola que sale o iremos ganando y perdiendo bolas al azar y nunca completaremos el cartón y no ganaremos.
Memoria de trabajo (verbal o visual, dependiendo de la estrategia utilizada para mantener la información online).
Estrategia: aunque no es un juego que permita muchísima estrategia, sí hay algunas situaciones en las que se puede mejorar la probabilidad de ganar con un buen plan: por ejemplo, cuando perdemos una bola, elegir correctamente el color que quitamos y que no sea al azar para cargar menos la memoria de trabajo (no es lo mismo saber que nos faltan 3 colores que 4) o cuando a alguien solo le queda un hueco, los además jugadores también deben ir a por ese color aunque no lo necesiten (perderemos una bola, y a poder ser nos quitaremos la misma que le falta al otro, pero no habremos perdido la partide y tendremos más oportunidades de ganar).
Atención alterna y flexibilidad cognitiva: no carga mucho esta capacidad, pero un poco sí que se requiere, pues las necesidades van cambiando según avanza el juego: hay veces que se necesita cualquier color, luego ya puede ser todos los colores menos el rosa y el verde, a continuación hemos perdido una bola verde así que se vuelve a necesitar el verde, etc.
Tolerancia a la frustración: aunque todos los juegos, sobre todo los competitivos, la promueven de manera generalizada, este juego puede llegar a ser muy frustrante, ya sea por la propia impulsividad que hace que un niño pierda bolas de manera recurrente (lo que da pie a enseñarles o que desarrolle estrategias específicas) o simplemente porque no sale nuestro color y cuando sale, otro es más rápido (a veces ni siquiera necesita el color y aunque el otro pierde una bola, no nos permite ganar durante mucho tiempo).
Este juego está recomendado por el fabricante a partir de 5 años, pero se puede jugar perfectamente con niños de 3 o incluso más pequeños si son jugones y tienen experiencia con juegos sencillos (eso sí, siempre con mil ojos porque el tamaño de las bolas es peligroso por riesgo de asfixia).
Como decía, tras meses de uso (y bastante intensivo) puedo decir que ha sido un exitazo entre los chavales de muy diferentes edades, desde pequeñitos de 4 años hasta más mayorcetes de 13 (y también entre los padres). Además, un punto fuerte es que pueden jugar personas de diferente edad y capacidades (es un buen juego para familias), es divertido para todos y entre los fallos de unos y otros y el factor azar del color que sale, aunque en general ganarán los más rápidos y no impulsivos, los demás tienen posibilidades de ganar o, al menos, de ir completando el cartón.
He comprobado que es un juego que gusta también a los abuelos de mis niños, pero cuando juegan con sus nietos. En cambio, no es fácil introducirlo solo para ellos, pues tiene un aspecto muy infantil; en caso de conseguir engancharles, la única adaptación que puede ser conveniente hacer si se juega con gente con algún impedimento físico es cambiar dar al timbre por decir el nombre del color de la bola.
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