RESERVA COGNITIVA

El concepto de reserva cognitiva ha pasado de ser un gran desconocido a una capacidad muy estudiada y muy importante en una época en la que la esperanza de vida es muy elevada y vivir con calidad el mayor número de años, una meta primordial (para nosotros como individuos, para nuestra familia que también sufre nuestro envejecimiento y para la sociedad, pues el envejecimiento patológico supone un gasto muy elevado). 

La reserva cognitiva es la capacidad que tiene nuestro cerebro para soportar daños (generalmente asociados a demencia, aunque también en otros tipos de daños adquiridos o al envejecimiento normal) sin manifestar problemas cognitivos en nuestro funcionamiento. Es decir, con un deterioro cerebral, hay individuos que no presentan síntomas mientras que otros sí. No se trata de una barrera que vaya a evitar o reducir el riesgo de sufrir una demencia, sino que retrasa el deterioro cognitivo cuando hay deterioro cerebral. 

Esto se hipotetiza que ocurre porque algunos cerebros son capaces de usar de manera más eficaz las redes cerebrales o porque usan estrategias alternativas para mantener las funciones cognitivas. A nivel fisiológico se postula que está relacionado con un mayor tamaño del cerebro, más sinapsis y neuronas mielinizadas, etc., de manera que las redes neuronales son más resistentes a la enfermedad u otras redes distintas a las originales reemplazan a estas últimas y compensan los daños generados. 

En este campo de investigación destaca un estudio longitudinal que se realizó a un grupo de monjas de clausura con diferentes condiciones físicas y cognitivas (más de 600 monjas a las que evaluaron cada año hasta que fallecieron y después estudiaron sus cerebros). La elección de este grupo fue acertado por muchos motivos, destacando que todas estaban por encima de los 70 años, tenían un estilo de vida similar (en cuanto a rutina diaria, alimentación, cuidados médicos, etc.), una esperanza de vida mayor que el resto de la población, habían escrito una autobiografía sobre su vida anterior cuando ingresaron en el convento y, en relación a su nivel de estudios, había dos grupos más o menos bien diferenciados (unas que tenían estudios superiores y habían ejercido, generalmente la docencia, y otras que se habían dedicado al campo o a cuidar de los demás, labores menos especializadas). Los datos sugerían que aquellas que tenían una vida más rica (mayores estudios, dedicación a temas más intelectuales, mayor amplitud en las relaciones sociales, etc.) tenían, en menor frecuencia, enfermedad de Alzheimer. Pero el caso de Bernadette fue muy ilustrativo, pues era una monja con estudios universitarios que se dedicó a la docencia muchos años, con unas capacidades cognitivas muy buenas más allá de los 80 años y que en algunos casos mostraba mejoras con el paso de los años, sin síntomas clínicos de deterioro cognitivo; murió de un infarto y cuando estudiaron su cerebro observaron una importante afectación cerebral por demencia de tipo Alzheimer.

Actualmente se conocen muchos factores asociados a la reserva cognitiva e interesan sobre todo aquellos que podamos modificar, ya sea a lo largo de la vida o cuando se llega a la edad adulta mayor. Se sabe que hay factores genéticos pero, aunque son muy importantes, en la actualidad no son modificables. Por otro lado, hay factores personales asociados a las actividades que hemos hecho o que hacemos en la actualidad: la educación y la complejidad del trabajo fue uno de los primeros factores que se descubrieron (si bien todavía se tiene que estudiar si es porque los niveles educativos y el estatus socioeconómico más elevado hace que haya mayor conectividad o crecimiento neuronal o porque, de manera indirecta, está asociado a estilos de vida más saludables, como mejor alimentación, cuidados médicos, etc.), el bilingüismo, tocar un instrumento, la actividad física (se han planteado diferentes mecanismos para esta relación, como un mayor riego sanguíneo cerebral, estimulación de factores tróficos y crecimiento neuronal, etc.), la realización de actividades cognitivas como leer, aprender cosas nuevas, jugar a juegos de mesa y realizar pasatiempos, etc. (lo que no está claro actualmente es si únicamente se mantienen mejor aquellas capacidades que se entrenan o tiene un efecto más general), mantener una vida social activa

Los estudios sobre reserva cognitiva se han llevado a cabo en el marco de las demencias, y específicamente en la de tipo Alzheimer; pero también se ha estudiado en otros tipos, como la demencia fronto-temporal, la enfermedad de Parkinson, en otras enfermedades degenerativas como la enfermedad de Huntington, la esclerosis múltiple, la esclerosis lateral amiotrófica, y otros tipos de enfermedad mental como la esquizofrenia, la psicosis, el trastorno bipolar o en otras enfermedades que pueden cursar con afectación de la cognición, como distintos tipos de cáncer, epilepsia, hipertensión, síndrome de Down, VIH, cardiopatías, hepatitis, etc.

Por tanto, viendo la importancia que tiene la reserva cognitiva, sabiendo que es una condición dinámica y no preestablecida, sino que depende en buena medida de nuestra forma de vida, hay que promoverla en todas las etapas de la vida y también en el envejecimiento para mantener el mayor tiempo posible los mejores niveles cognitivos ante el envejecimiento normal y ante las diferentes patologías que podamos sufrir (si bien se desconoce la receta exacta y algunos aspectos actualmente no son modificables o requieren políticas sociales). 

 

Para concluir, se muestra un gráfico muy explicativo, sacado de la revista Neuropsychologia, de un artículo de Stern de 2009.

Se puede ver que una mayor reserva cognitiva se relaciona con unas mejores puntuaciones en memoria en personas con Alzheimer ante un mismo daño cerebral. Además, el momento en el que comienza a haber sintomatología clínica, en este caso, pérdidas en la memoria, es posterior en aquellos que tienen una mayor reserva cognitiva, si bien el declive es más rápido una vez se manifiesta la enfermedad. 

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