Las palabras se pueden leer por medio de dos rutas o vías. Igualmente, estos caminos se pueden alterar cuando ya se ha adquirido la lectura (por daño cerebral, pudiendo alterarlas de manera independiente) o durante el desarrollo (y se hablaría de un problema de tipo disléxico); en este último caso, no se alteran de manera independiente (aunque es normal que una funcione mejor que la otra), ya que ambas se van apoyando entre sí para su formación, y la alteración de una tiene consecuencias sobre la otra (para más información sobre los tipos de dislexia evolutiva, pincha AQUÍ). Generalmente ambas actúan durante la lectura, aunque el peso de cada una de ellas varía por las características de la palabra que se está leyendo y de la experiencia del lector. A continuación se explican cada una de las vías:
- Ruta indirecta o fonológica: una vez se conoce cómo suena cada letra, esta ruta permite decodificar o “traducir” cada grafema a su sonido (fonema) y unirla con la siguiente. Visualmente, la palabra no existe en ningún almacén, pero al oírla (ya sea porque la hemos leído en alto o porque lo hemos hecho subvocalmente y hemos imaginado su sonido), podemos acceder a lo que significa, si tenemos información de esta palabra en nuestro vocabulario (oral). Esta ruta es lenta (aunque depende de lo automatizado que se tenga la conversión grafema-fonema), pero permite leer palabras que no conocemos (y que se pronuncian de manera regular). Necesita más recursos atencionales que la ruta directa.
- Ruta directa o léxica: se procesan todas las letras de la palabra (sin tener que decodificar cada una de ellas) y se empareja con la representación que se tiene de esa palabra, que está guardada en un almacén. Este almacén se ha ido creando según se han leído de manera repetida las palabras por la otra ruta o porque alguien nos ha dicho cómo suena ese conjunto de letras y lo hemos repetido mientras veíamos la palabra (y se asocian ambos estímulos). Lo que se guarda es una representación abstracta de la palabra, por lo que se puede leer independientemente de la fuente de la letra, si es cursiva, etc. (es como la representación que tenemos de las sillas, que aunque veamos una que sea peculiar y novedosa para nosotros, automáticamente sabemos qué es). Este almacén, a su vez, está enlazado con otro que almacena el significado (o porque, al igual que en la otra ruta, oímos o imaginamos su sonido). Esta ruta es más rápida y además permite leer aquellas palabras que no se pronuncian como se escriben (en inglés por ejemplo, esta ruta es la más utilizada), aunque sólo permite leer palabras conocidas.
En español (o en idiomas regulares), generalmente primero se lee por la ruta fonológica, letra a letra y, a medida que se practica la lectura, se van creando las imágenes visuales de las palabras que permitirán leer por la ruta directa (aunque depende del método de enseñanza de la lectura). Como es posible leer por ambas rutas, las consecuencias de la alteración de una de ellas no es incapacitante, aunque afecta a la ejecución lectora.
En cambio, en idiomas irregulares, como el inglés, la ruta fonológica es poco útil (pues ofrece una incorrecta pronunciación de la palabra), y por eso a los niños se les enseña directamente a leer por la ruta léxica. La alteración de la ruta léxica, por tanto, es muy perjudicial: se leería por la ruta fonológica, regularizando la lectura de las palabras.
Un claro ejemplo del funcionamiento de la ruta directa (aunque también influyen otras características del funcionamiento del cerebro humano, como valerse del contexto y sentido del texto) explica que seamos capaces de leer de manera relativamente fluida el siguiente párrafo (este ejemplo es de los difíciles, si alguna palabra le cuesta más, es consecuencia de que tiene una peor imagen visual de ella porque la ha leído menos veces):
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