Estimulación cognitiva envejecimiento saludable

Intervención en el envejecimiento saludable

Estimulación cognitiva
Estimulación cognitiva

La intervención neuropsicológica es un conjunto de procedimientos y técnicas para tratar los déficits cognitivos con la finalidad de conseguir la mayor independencia y adaptación a la vida familiar, social y laboral, tras daño cerebral adquirido (DCA), en enfermedades neurodegenerativas o en el envejecimiento sano para evitar el declive asociado a la edad. Esto es posible gracias a la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad del cerebro para aprender y adaptarse a los cambios (que si bien es mayor a edades tempranas, se sigue manteniendo a lo largo de toda la vida). 

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    El envejecimiento activo supone un conjunto muy amplio de actividades en diferentes áreas: física (ejercicio, alimentación, ausencia de consumo de drogas, etc.), cognitiva (realización de tareas intelectualmente demandantes), social (mantener una red amplia y actividades sociales variadas) y emocional/motivacional (conservar la salud mental y las ganas por seguir siendo parte activa de la sociedad). 

    Por tanto, en un primer acercamiento, aunque desde la neuropsicología se trabaja principalmente el apartado cognitivo y, secundariamente, el emocional y social, también se valorará la posibilidad de mejorar y ampliar las otras esferas (que influyen indirectamente también sobre la cognición). 

    A nivel cognitivo, una de las primeras capacidades que se suelen trabajar por la preocupación que suscita su declive es la memoria. Pero a diferencia de lo que se suele pensar, la memoria no se entrena como los músculos, a base de repetición (de esta manera el entrenamiento únicamente sirve para aquel material que se ha trabajado, pero no mejora la capacidad para memorizar), sino que se enseñan estrategias para funcionar mejor en el día a día y evitar esas dificultades mnésicas asociadas a la edad (que en muchas ocasiones no son de memoria, sino atencionales), como puede ser el aprendizaje sin errores, la visualización, la categorización semántica, la recuperación espaciada, la focalización de la atención, etc. 

    Otro grupo de funciones que se debe estimular son las funciones ejecutivas, que se deterioran levemente en personas sin patología y dan lugar a dificultades en el día a día (estas funciones son las necesarias para conseguir metas a largo plazo, e incluyen la atención sostenida, la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva, la capacidad para usar estrategias y planificar, etc.). 

    Y por supuesto, el resto de funciones, ya sea porque sufren un declive no patológico por la propia edad y se puede enlentecer o evitar (como las habilidades visoespaciales y visoconstructivas, la velocidad de procesamiento, el acceso al léxico, etc.) como aquellas que pueden seguir aumentando a lo largo de la vida y optimizarlas (memoria semántica y la mayoría de las funciones del lenguaje). Con todo ello, además de las mejoras que se obtienen en las propias funciones, se aumenta la reserva cognitiva, es decir, la capacidad para mantener un buen funcionamiento a pesar de los cambios fisiológicos o patológicos durante el envejecimiento de la persona en general y del cerebro en particular (por tanto, se funciona mejor y, ante enfermedad neurodegenerativa, tiene un efecto protector y, cuando se produce, retrasa su inicio). 

    La intervención se centra, por un lado, en estimular propiamente las funciones cognitivas y, por otro, en conseguir establecer rutinas para mantener el cerebro activo, como por ejemplo, jugar a juegos de mesa demandantes cognitivamente, leer, aprender nuevas capacidad o hacer actividades cognitivas complejas, dependiendo del nivel intelectual y de estudios de cada persona.

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