MIEDOS Y FOBIAS

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    El miedo es una reacción emocional normal y adaptativa que nos protege, en caso de peligro, preparando al cuerpo para la lucha o la huida.

    En la infancia encontramos los miedos evolutivos: son miedos que aparecen y desaparecen a determinadas edades, de poca intensidad y pasajeros; por tanto, no necesitan ningún tipo de abordaje especial. Dentro de estos se encuentran, por ejemplo, el miedo a los extraños, a la oscuridad y los monstruos, a los ruidos fuertes, etc.

    En un pequeño porcentaje, estos miedos se vuelven más intensos y no remiten espontáneamente; en estos casos se denominan fobias, siempre y cuando causen malestar e interfieran en la vida del niño y/o su familia. Si no se aborda de manera adecuada, pueden mantenerse hasta la adolescencia y adultez. Ejemplos de ello son las fobias hacia determinados animales, a las tormentas, a la oscuridad, al dentista, a la sangre, a volar, etc.

    La manifestación de las fobias tiene lugar en tres sistemas de respuesta:

    • Fisiológico: el patrón de reacciones fisiológicas varía mucho entre diferentes personas, aunque no dependen del estímulo fóbico (excepto en la fobia a la sangre, que tiene un patrón fisiológico particular y diferente al resto); por ejemplo, puede aparecer tensión muscular, sudoración, taquicardia, aumento del ritmo respiratorio, náuseas, boca seca, etc.
    • Cognitivo: los pensamientos son dependientes de la fobia; se caracterizan por imágenes o autoverbalizaciones sobre lo negativo que es el estímulo, la alta probabilidad de que ocurra, la baja capacidad de la persona por afrontarlo o una interpretación errónea de las respuestas fisiológicas; todo ello son pensamientos irracionales. Ejemplos de estos pensamientos son: “no voy a volver a ver a mis padres porque les va a pasar algo”, “me va a caer un rayo encima”, “el monstruo va a salir del armario y me va a secuestrar”, “no seré capaz de enfrentarme a ello”, “me voy a volver loco”, etc.
    • Motórico: son respuestas observables relacionadas con evitar el estímulo fóbico; entre ellas, las más comunes en los niños son llorar, salir corriendo, negarse a acudir a un determinado lugar, etc.

    La adquisición de las fobias pueden producirse por:

     

    • Condicionamiento: en una situación vivida, se asocia un objeto, animal o situación inofensiva a otra desagradable o dañina; por lo tanto, la próxima vez que se exponga a la situación inocua (o una con algún parecido), responderá como si fuese dañina. Por ejemplo, si a un niño le muerde un perro, la próxima vez que se encuentre con cualquier otro perro puede reaccionar con un miedo intenso.
    • Observación, tanto de una situación peligrosa como de la reacción de otros ante estímulos inofensivos. Por ejemplo, si alguien ve el ataque del perro a otra persona o si un niño ve cómo su padre huye de los perros, aunque no haya visto ningún ataque, puede desarrollar una fobia. Por ello, son muy importantes las respuestas de los padres ante objetos, animales o situaciones.
    • Información que se da a los niños y que produce pensamientos irracionales; por ejemplo, cuando se les dice frases del tipo “si no te duermes van a venir los monstruos y te van a llevar con ellos”.

    Además, hay estímulos hacia los que es más fácil desarrollar una fobia por predisposición biológica.

    Las fobias se mantienen porque se evita lo temido (lo cual produce alivio) y, además, no se enfrenta a la situación, comprobando que no ocurren las consecuencias dañinas o que no son tan graves como se anticipaban (estas dos reacciones hacen más probable que en el futuro se repita esta evitación y, además, aumente el miedo). Además, los adultos suelen ser comprensivos (sobre todo inicialmente) con las fobias infantiles, por lo que los niños obtienen otros beneficios, como más atención de los padres (dormir con ellos o acostarse más tarde).

    La terapia cognitivo-conductual ha demostrado ser el tratamiento más eficaz para las fobias. Principalmente, consiste en trabajar en mayor o menor medida los tres sistemas, dependiendo del caso en concreto:

    • Exposición al objeto o situación temida, en ausencia de las consecuencias. Generalmente esta exposición es gradual, evitando un elevado malestar.
    • Aprendizaje en relajación para que, durante la exposición, pueda controlar el componente fisiológico.
    • Abordaje de las ideas irracionales por reestructuración cognitiva.
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